miércoles, 27 de febrero de 2013

Ser campesina en la Amazonia

C├│pia de Fotos 060por  Irene García Roces, Instituto de Sociología y Estudios Campesinos (ISEC)
 La agroecología como herramienta de cambio en los roles de género

Jo es campesina en Acre, en la amazonia brasileña. Tiene 45 años, 6 hijos y un nieto. Vive con su pareja y sus tres hijos pequeños en una finca a las orillas del río Acre o Aquiry, que nace en algún lugar de los Andes peruanos para terminar vertiendo sus aguas en el río Solimoes, afluente del Amazonas. Jo es posseira, lo que en Brasil significa que no tiene propiedad legal de la tierra de la que vive,  aproximadamente 10 ha.
En la Amazonia muchos campesinos, indígenas y otras poblaciones tradicionales viven en la misma situación en la que vive Jo, sin ninguna garantía legal sobre la tierra en la que trabajan, un problema que afecta especialmente a las mujeres. Por otro lado, Acre es uno de los estados de Brasil con mayor concentración de la propiedad de la tierra y esta situación se está agravando en toda la Amazonia.
La madre de nuestra protagonista era indígena; según ella nunca lo reconoció por vergüenza, pero nació y creció en el alto río Iaco. Ser indígena en Acre todavía implica sufrir prejuicios y más si además se es mujer. Su padre nació en Rio Grande do Norte, uno de los estados de Brasil desde donde se envió a mucha gente a trabajar a la Amazonia, y vino a Acre como soldado da borracha (que así eran llamados en la Segunda Guerra Mundial los miles de trabajadores que migraron a la Amazonia a cortar la shiringa (látex) para conseguir goma para la victoria tras los acuerdos de Washington). Su madre crió sola a sus 10 hijos porque su marido vivía entre viajes, juergas y otras mujeres. Incluso, como nos cuenta Jo, perdió la tierra en la que vivían en una mesa de juego, sin siquiera volver para avisar a su mujer de que iban a quedarse en la calle.
Jo se casó joven y, después de varios años trabajando como jornaleros en haciendas de ganado, consiguió ir a vivir al campo con su marido y sus tres hijos, comprando un lote de tierra en un proyecto de asentamiento promovido por el gobierno militar para aliviar las tensiones que exigían la reforma agraria, para dedicarse al cultivo de café. Este café se vendía en grano a una empresa local, que era la que marcaba el precio y la producción era financiada a través de créditos con el banco. La división sexual del trabajo en la familia estaba muy marcada: su marido trabajaba en la plantación y comercialización y ella se dedicaba a los trabajos domésticos y a cuidar de los hijos pequeños. La mayoría de la alimentación se compraba en las tiendas locales con los recursos provenientes de la venta del café. El control del recurso familiar estaba en manos de su marido y ella únicamente tenía acceso a dinero cuando él se lo daba
Capitalismo y patriarcado en la  Amazonia
Aunque existen excepciones y diversidad de situaciones, los trabajos y espacios vinculados a hombres y mujeres están bien definidos en la agricultura familiar. Esta división no es estable y varía en el espacio (en los diferentes grupos domésticos) y en el tiempo (a lo largo de la vida de las personas). La casa es el espacio de responsabilidad de las mujeres. En él se desarrolla el trabajo doméstico y de cuidados pero también otras actividades compatibles con éste como el huerto de frutas y verduras para autoconsumo, la cría de pequeños animales, la transformación de alimentos, etc. El llamado trabajo reproductivo comprende aquellas actividades o tareas imprescindibles o necesarias para el mantenimiento de las personas pero que, sin embargo, no son contabilizadas en los análisis económicos como actividades productivas. Estos trabajos permiten el bienestar de la familia, son la base para el trabajo productivo y muchas de sus actividades asociadas pueden ser además fuentes potenciales de renta, como es el caso de la fabricación de farinha (alimento que se obtiene de la yuca pelada, rallada y tostada), en la que las mujeres tienen un papel destacado. No obstante, se manifiesta una tendencia, tanto en la percepción de los diversos trabajos por parte de las familias, como en las políticas públicas para el campo, a considerar la casa como espacio no productivo y las actividades asociadas a ella como secundarias por no estar orientadas específicamente hacia el mercado y sí hacia la satisfacción de las necesidades de alimentación, limpieza y de cuidados de la familia. En la Amazonia es habitual que las mujeres colaboren igualmente en las actividades agrícolas con valor de mercado, sin embargo su trabajo suele considerarse como una ayuda. Las diferencias en la valoración de los distintos trabajos unidas a la falta de acceso al mercado y de incentivo de las actividades asociadas a la casa hacen que, en la mayoría de los casos, la actividad productiva masculina sea la principal y que sea el hombre quien ejerza un mayor control sobre el recurso proveniente de la comercialización. Se produce una invisibilización de las actividades y trabajos que las mujeres realizan así como de sus vínculos con las actividades productivas. Por lo tanto, no sólo existen diferencias entre lo que hombres y mujeres hacen, sino que existe una jerarquía, una desigualdad en la valoración social de las actividades asociadas a hombres y mujeres. Cuando, como en el caso de Jo, la mujer no participa en la actividad agrícola generadora de renta ni en la venta de los productos resultantes, difícilmente tiene acceso a la gestión de los recursos de la familia.
A pesar de la retórica sobre desarrollo sostenible y uso sostenible de los recursos naturales que se utiliza para hablar de desarrollo rural en la Amazonia, los discursos camuflan la lógica de la economía verde que continúa preocupada con el crecimiento económico y la producción, promoviendo la valoración monetaria de la naturaleza como una variable más en el modelo económico actual, sin plantear una crítica de fondo al propio modelo. La estructura de los proyectos de colonización, las políticas públicas para el campo (la asistencia técnica, los créditos rurales, el paquete tecnológico de la revolución verde, etc.), las cadenas de distribución basadas en intermediarios y monopolios de grandes superficies, son, entre otras, causas de la falta de autonomía de los agricultores y agricultoras familiares en la toma de decisiones sobre la organización productiva, la distribución y la comercialización de los alimentos que cultivan. Jo nos explica cómo para tener acceso al financiamiento eran obligados a adquirir todos los insumos (abonos y pesticidas) y a plantar el café en monocultivo. No obstante, este modelo de agricultura es relativamente reciente en la Amazonia y  a pesar de su influencia, al inicio del nuevo milenio diversas formas de agricultura campesina e indígena  han logrado resistir o evitar la expansión cultural y tecnológica del modelo agroindustrial.
Cambios hacia la agroecología  y la feria
Jo nunca se había interesado por aquello que consideraba trabajo de su marido, a pesar de no sentirse conforme con su situación de dependencia. Una vez que los hijos se hicieron un poco mayores,  empezó a salir y a participar en reuniones que se organizaban a través del sindicato y la asociación de trabajadores rurales de su zona, con la colaboración de la Universidad de Acre, para hacer un diagnóstico de los sistemas productivos. A partir de algunas reuniones, se forma un grupo de personas interesadas en crear alternativas productivas y de comercialización para la agricultura amazónica basadas en los principios de la agroecología. El grupo empezó trabajando la recuperación de áreas degradadas y los sistemas agroforestales en parcelas experimentales, promoviendo el intercambio y la colaboración entre los distintos agricultores y agricultoras. Las reuniones y el grupo eran para Jo un espacio en el que sentía que podía aprender de los demás, pero también aportar desde su propia experiencia. Jo nos detalla cómo la mayoría eran hombres y sólo algunas mujeres participaron desde el principio. Esto era así por varias razones: porque consideraban que las reuniones eran “cosas de hombres”, porque los cursos estaban orientados a la actividad productiva principal, de la que ellas no se sienten responsables, o porque tenían que quedarse en casa cuidando de los hijos o de algún familiar mientras su marido salía para ir a la reunión. A partir de estos encuentros se crea el grupo de agricultores ecológicos en el asentamiento conocido como “la gran familia en defensa de la vida”.
Después del envenenamiento que sufre su hijo mientras aplicaba el agrotóxico al café, Jo decide poner en práctica su propio experimento y hacer su primera parcela ecológica, un huerto que planta cerca de la casa. La venta del excedente le permitió generar un recurso propio independiente del dinero proveniente del café.
Mientras tanto, los conflictos en la pareja se hacen cada vez más frecuentes, llegando incluso a la violencia física.  Nos relata cómo su marido no aceptaba que ella pudiera tener ideas e iniciativas propias y unos años después se separa y se ve obligada a dejar la tierra en la que vivían. Con la ayuda económica de su hermana y el apoyo del grupo, compró una tierra en la orilla del río Acre. A pesar de las dificultades de vivir sola en el campo amazónico, el apoyo de su red familiar y su empeño en un proyecto propio, le ayudaron a resistir. Poco a poco aprendió con los demás campesinos ribereños a plantar y cuidar en la playa del río durante la estación seca, cuando los ribereños aprovechan las playas fertilizadas por el río para plantar maíz, frijoles, calabazas entre otros cultivos de ciclo corto. En este sentido las redes familiares extensas, muy frecuentes en la región, son fundamentales por constituir grupos de apoyo mutuo que transcienden a la familia nuclear, contribuyendo a una cierta independencia de mujeres y hombres con respecto a sus parejas. Hoy nos cuenta orgullosa cómo esa experiencia le mejoró la autoestima además de permitirle empezar una nueva vida.
Como fruto de la articulación del grupo de Jo con otros grupos campesinos y personas e instituciones afines a la agroecología, se crea una red de agroecología en Acre. Una de las conquistas de esta red es la organización de una feria ecológica de venta directa en Rio Branco, que implica superar la dependencia de los intermediarios  que afecta a la mayoría de los campesinos y campesinas de la zona obligándoles a aceptar precios bajos y a vender solamente los productos plantados a gran escala ya que  no aceptan cantidades pequeñas de productos. Las familias ribereñas tradicionalmente producían varios productos para la venta, principalmente sandía, plátano y farinha, y la mayoría no usaba ningún insumo ya que las fincas conservan el bosque que fertiliza la tierra, y el cultivo de las playas cuenta con fertilización natural que se produce gracias al periodo en que se encuentran cubiertas por el río. En general, el transporte de la producción se hacía por el río y el viaje a la ciudad para la venta era realizado una vez al mes. Toda la familia participaba en el trabajo agrícola, principalmente en actividades como la transformación de la yuca en farinha, pero también en otras como la agricultura de playa o el trabajo en la plantación. Sin embargo, los encargados del viaje a Rio Branco para comercializar la producción negociando con intermediarios en el puerto eran los hombres, excepto raras excepciones.
Jo moviliza a las familias proponiéndoles la posibilidad de participar en la feria que ya estaba empezando a crearse.
Agroecología y soberanía alimentaria: acercando la producción al cuidado de la vida
Participar en la feria implica a toda la familia y desde el principio las mujeres son las principales encargadas de vender los productos. Esta responsabilidad  está relacionada con el hecho de que, a pesar de ser la feria un espacio público, está orientado a la alimentación de las familias de la ciudad y en él se establecen relaciones y vínculos que superan el mero intercambio de mercancías, suponen relaciones de amistad y de afecto. A pesar de que los hombres no son ajenos a esas relaciones, esto hace que las mujeres se sientan cómodas en este espacio ya que siguen ocupando funciones que tradicionalmente les son propias.
La feria supuso un aumento significativo en la renta de las familias ribereñas puesto que, por un lado, dejaron de depender de los intermediarios, consiguiendo precios mucho más altos por sus productos y, por otro, algunos productos provenientes de actividades realizadas por las mujeres (que anteriormente estaban orientadas únicamente a la alimentación de la familia por no tener escala suficiente para la venta a intermediarios) pasan a ser comercializados y a tener valor de mercado, lo que supone a la vez un aumento de la visibilidad y valorización de las mujeres. El hecho de ser ellas las encargadas de comercializar los productos en los puestos supone acceder a información sobre el recurso familiar y más poder a la hora de tomar decisiones sobre la gestión del mismo.
Además de la valoración monetaria, la propuesta de la agroecología asumida por las familias valora la diversidad productiva y la diversidad de prácticas en las plantaciones (asociación de cultivos, policultivos y sistemas agroforestales, etc.). El trabajo en la agricultura deja de ser orientado exclusivamente a la producción para orientarse también hacia el cuidado de la vida, aspecto en común con el trabajo de cuidados. Esto hace que las fronteras entre los espacios de producción y reproducción de la finca se diluyan aun más. Esta proximidad del trabajo con el cuidado de la vida permite que las mujeres incorporen la propuesta de la agroecología sin romper con los roles socialmente establecidos. Otra discusión importante en la red es la relacionada con la Soberanía alimentaria. Las personas empiezan a valorar más el hecho de producir su propio alimento y comer lo de casa. Aumenta, por tanto, el valor social de algunas actividades orientadas a la alimentación familiar.
Con todo, a pesar de que la participación en la feria supone avances hacia la equidad de género, no implica una ruptura total con los roles tradicionalmente asociados a hombres y mujeres ni con la tradicional división sexual del trabajo, que sigue haciendo a las mujeres responsables de las tareas menos valoradas como las domésticas y de cuidados. Precisamente, los trabajos que no generan renta siguen siendo responsabilidad de las mujeres. Esto, unido a la falta de políticas públicas relacionadas con la salud, la educación y los servicios sociales a la población, aumenta la carga de trabajo femenina. Las mujeres tienen que enfrentarse a triples jornadas laborales para poder participar de las actividades colectivas, del trabajo productivo y del doméstico y de cuidados. Romper con la situación de subordinación del trabajo femenino requiere no solamente de nuevos sistemas de producción y comercialización que puedan tener efectos positivos, como los que vemos en este caso, sino de un cuestionamiento más profundo de las propias relaciones sociales. Para ello es necesario atacar por un lado al machismo, pero también al capitalismo que impone una lógica en la que solo importa aquello que tiene valor monetario.
La alimentación tiene que ser entendida como parte de una nueva cultura cuyo objetivo sea el cuidado y la sostenibilidad de la vida. Los valores y cualidades consideradas como femeninas y asociadas tradicionalmente a las mujeres tienen mucho que aportar a esta nueva forma de entender el mundo.
Esta nueva cultura implica opciones políticas que empiezan en lo doméstico pero también comunitarias, nacionales e internacionales hacia un modelo más humano en la lucha por la soberanía alimentaria como derecho fundamental de los pueblos. Historias, como la de Jo, nos muestran la importancia de visibilizar a las mujeres y los procesos en los que son protagonistas, haciéndolas constructoras activas de su propia historia. A mí me hace sentirme orgullosa de mí misma y de lo que hago y eso me da fuerza para seguir luchando, dice Jo

Tomado de: http://revistasoberaniaalimentaria.wordpress.com

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